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Santuario del Monte Facho

Un monte sagrado para nuestros antepasados, un monte mágico para nosotros

El accidente geográfico conocido como Monte do Facho se alza 189 metros  en el extremo occidental de la península de Morrazo, inmediatamente encima de una costa acantilada denominada “Costa de la Vela o Soavela”.

El Monte acogió a lo largo de los siglos varios asentamientos, algunos de ellos ligados al culto a divinidades, que lo convierten en un espacio único no solo en Galicia sino en la Península Ibérica.

En la cima todavía perviven las evidencias de la última ocupación humana, un puesto militar de vigilancia costera existente en los siglos XVII y XVIII, y del que todavía queda el testimonio de la “garita”, estructura de forma circular y cubierta con cúpula que corona el monte.

 

Monte Facho

Monte Facho


En el extremo occidental de la Península de Morrazo, individualizado de su  entorno y  elevado sobre el océano, el Monte do Facho acogió a lo largo de los siglos distintas expresiones de la vida en la comarca, que lo son también de la Historia de Galicia.

Las evidencias más antiguas, en lo hasta ahora conocido de la intervención humana en el Facho, no están bajo tierra, sino en algunas de las piedras que conforman la compleja topografía del monte. Nos referimos a los grabados rupestres dispuestos en la parte alta de rocas que afloran a la superficie o de otras que las excavaciones realizadas hicieron aflorar. Los gravados recogen cazoletas y círculos además de motivos más complejos y de difícil interpretación.

Las intervenciones arqueológicas constataron que la primera ocupación humana del monte se remonta a finales de la Edad de Bronce (siglo IX a.C.). Se trata de un poblado abierto dispuesto a lo largo de las laderas del monte y desde la cima hasta la base del mismo, lo que le otorga un excepcional tamaño.
A partir del siglo  VI a.C. surge un castro santuario que subsistirá hasta el siglo I a.C. De este todavía se conservan lo que en su día fueron edificaciones de gran tamaño y formas irregulares, algunas de ellas con altares en su interior y que hoy cubren las laderas del monte, además de las murallas, los vertederos de basura o la topografía actual del monte, que deriva tanto de la construcción misma del santuario, como de la configuración natural.

Posteriormente, un santuario galaico-romano levantado sobre la cima va a recoger las antiguas creencias de los que habían vivido en el castro, para dotarlas desde el  siglo III al IV d.C., de un nuevo carácter, ahora marcado por el proceso de asimilación de la cultura latina en la región del imperio romano, llamada Gallaecia. Los altares votivos son, sin duda, los hallazgos más significativos de esta ocupación

Finalmente en el siglo XVII se construye el puesto de vigilancia costera con fines militares del cual está en pie la garita, estructura de forma circular y cubierta con cúpula que corona el monte.

 

El Santuario Galaico Romano

El santuario estaba situado en un área en pendiente que rodeaba la cima del monte. El área sagrada estaba configurada internamente por pequeñas terrazas que reaprovecharon las ruinas del antiguo asentamiento y en las que se colocaban las ofrendas en forma de pequeños altares.

Con estos altares votivos trataban de ofrecer al dios un pequeño monumento que recuerda en su forma la fachada de un templo y que recoge en una inscripción su condición de exvoto, la divinidad a la que va dirigida y en ocasiones el nombre del creyente y los motivos de la ofrenda, que aquí insiste en su carácter curativo. La inscripción más habitual en las aras encontradas es  “O DEO LARI BEROBREO ARAM POSUIT PRO SALUTE”

A pesar de su espectacularidad, en especial por su gran número, los altares non son la única expresión de culto realizada en época galaicorromana en el Facho. Son una manifestación de los ritos realizados y ocupaban solo una parte del conjunto del santuario. Así, desde el espacio ocupado por ellas se podía acceder por un camino entre dos muros a la cima del monte, que debió jugar un papel importante en la definición del santuario, pero que, paradójicamente aparece vacío de cualquier resto.

Al final de la existencia del santuario, el lugar fue abandonado; las aras fueron cayendo y amontonándose, a veces fragmentadas, para permanecer así hasta nuestros días.