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Ruta por el casco histórico

Ruta por el casco histórico

Ruta por la zona antigua de Cangas

La villa de Cangas, y muy particularmente su Zona Monumental, acoge un rico patrimonio artístico cada vez más reconocido y valorado. En este antiguo burgo de pescadores, la mano sabia del cantero y el buen hacer de sus hombres y mujeres a lo largo de los siglos , acabaron  legándonos la preciosa  arquitectura marinera, que funde sus raíces en la tradición medieval. Pero Cangas no es solamente historia, sino también presente; un presente de grande vitalidad, en el que nuestro casco urbano continúa embelleciéndose con nuevos y magníficos edificios contemporáneos.

Comenzamos nuestro recorrido en la Casa del Ayuntamiento, obra de vanguardia que lleva el sello de un laureado arquitecto: Alberto Noguerol. Desde aquí nos dirigiremos por los Xardíns do Sinal, hasta la Capilla del Hospital, emblemático monumento mandado construir por el prior D. Gonzalo de Nogueira y Araujo en el 1711 y reconstruida en el año 2002.

Cruzamos la carretera hacia la otra orilla del paseo para ascender luego por la Calle Real, salpicada de hermosas mansiones hidalgas que aún lucen con orgullo sus  escudos de armas. También podemos ver impresionantes edificaciones de finales del S.XIX y principios del XX, con sus graníticas fachadas labradas con esmero, de blancas y alegres galerías.

Subiendo por la calle hallamos también la estatua ecuestre de Santiago Apóstol, una de las imágenes más conocidas de nuestro conjunto histórico. Así llegamos a la principal joya arquitectónica que atesora la villa, y máximo orgullo de los cangueses: la Ex-colegiata de Santiago. Su portada renacentista, levantada en 1585, se cuenta entre las más bellas de toda Galicia. Pero es preciso, además, visitar su interior, sus majestosas naves, sus retablos barrocos y sus imágenes de altísimo valor artístico, ante los que nadie queda indiferente. Allí se conserva un venerado Cristo, acaso milagroso, del que se dice que «no quiso arder», pues en el año 1617 sobrevivió al incendio del templo por parte de los  piratas turcos. Aunque posiblemente nada levante tanta admiración como el otro Cristo, el del Consuelo, viva expresión del sufrimiento en la Cruz que tan bien supo plasmar el maestro Juan Pintos.

Desde aquí, y a través de la Calle de Hío, nos dirigimos hacia el Eirado do Costal, corazón del barrio que fue el núcleo primitivo de Cangas. Sus tortuosas calles esconden muchas y muy hermosas casas de patín, alternándose estas con otras modalidades de morada marinera, como la "casa con desván" o entre medianeras. También aquí sorprende al visitante un venerable hórreo, que desde su extraña localización sobre un muro, nos recuerda los duros tiempos en los que tener el sustento de cada día era todo un lujo.

Entraremos entonces en los Xardíns Félix Saoge donde podemos ver la soberbia efigie de Don José Félix Soage Villarino que en el 1914 esculpió el genial Francisco Asorey. A la vista están algunas muestras de aquella generosidad sin límites con el que este gran hombre adornó el amor que sentía por su villa natal: el palco de la música, el mercado, y otras muchas por las que el pueblo le guarda un cariño imperecedero.

Muy cerca se encuentra otra sublime talla, conocida como «A volta do Mar» con la que el inolvidable Xoán Piñeiro quiso rendir un sentido homenaje a todos los marineros de Cangas. Poco más adelante podremos admirar el popular «Reloj», todo un símbolo de nuestra identidad, una estación meteorológica de elegante construcción, donada en 1907 por Don Álvaro Guitián para servicio de navegantes.

A partir de este momento, comienza ya a asomar toda la riqueza arquitectónica de nuestra zona monumental. En la Plaza del Arco, antigua puerta de entrada a la villa, encontraremos uno de esos rincones recogidos y de encanto singular, donde se dice que durante la edad media vivieron judíos. La calle Antonio Garelly conserva una de las más primorosas «casas de patín», que en Cangas es la vivienda marinera por excelencia. Otro ejemplo es la ubicada en la calle Pablo Iglesias, donde pasmaremos ante los enormes portalones que en su día fueron utilizados para guardar embarcaciones de pesca.