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Guerras Irmandiñas "II Guerra Irmandiña"

Guerras Irmandiñas

La guerra Irmandiña en Cangas: Gorriones contra Halcones

En 1467, dio comienzo uno de los acontecimientos más significativos de la historia de Galicia, a lo que Cangas, desde luego, no fue ajena. Entonces, los abusos y excesos de la nobleza gallega eran de tal magnitud que habían sumido a todo el Reino en la más completa anarquía. Sus fortalezas se habían convertido en un nido de malhechores; los robos y crímenes de toda índole eran moneda común a lo largo del país, sustituyendo la orden y la justicia por la ley del más fuerte. Además, el afán desmedido de los señores feudales por engrandecerse y enriquecerse los llevó a usurpar señoríos eclesiásticos y a protagonizar continuos enfrentamientos entre sí.

Todo esto terminó por exasperar los ánimos del campesinado y de las ciudades, que desde 1464 comenzaron a solicitar el consentimiento de «El-Rei» para formar hermandades que se encargaran de velar por la seguridad y la paz. A partir de este momento, los hechos se precipitaron. El movimiento asociativo, que empezó en los principales núcleos de población se extendió como un arroyo de pólvora hasta los últimos confines rurales, para desembocar en la formación de la «Santa Hermandad del Reino de Galicia». Sus cargos electos se consideraban delegados regios, y como tales asumieron el poder.

La resolución de los «alcaldes» y «diputados» irmandiños a la hora de aplicar justicia fue implacable: numerosos asesinos y bandoleros fueron ejecutados sumariamente mediante flechadas. Posteriormente, la ira hermandina se dirigió contra el máximo símbolo de la opresión feudal: las fortalezas. Un inmenso ejército popular cercó y acabó derrocando no menos de 140 torres y castillos en todo el país, tras lo cual la derrota de los grandes nobles fue completa, huyendo estos a Portugal o Castilla. Entre 1467 y 1469, la Santa Hermandad fue el único gobierno que tuvo Galicia.

En Cangas, la deshonra señorial estaba representada por la fortaleza de Darbo, perteneciente desde 1184 al arzobispo de Santiago. Situada en la cumbre del que hoy se conoce como Monte Castelo, consistía básicamente en una cerca o muralla, reforzada con cuatro bastiones, y en su interior se situaban dos casas, protegidas a su vez por una empalada de madera. Todavía que constituía una construcción más bien débil, su emplazamiento la convertían en un punto muy difícil de atacar.

También nuestra villa tuvo su propia «hermandad» con su correspondiente «alcalde», Xoán de Fontefría. Y la saña de los sublevados cangueses recayó sobre el cercanp castillo, al cual acudieron para asediarlo«todos a una», según el dicho de la época. No sabemos si fue tomado al asalto o si fue entregado pacificamente por su «meriño» Vasco Fernández. El que sí es seguro es que fue totalmente destruido, y casi con certeza «hasta no dejar piedra sobre piedra», tal y como los irmandiños acostumbraban a hacer. Y aún tendrían tiempo las milicias populares de Cangas para participar en el derrocamiento de otras fortalezas próximas, como la de Soutomaior.

Después de que los «gorrións» hubieran triunfado sobre los «halcones» durante tres largos años, llegó la hora de desquitarse de estos últimos. La contraofensiva señorial de 1469 terminó con el desbaratamento final de las hermandades, pero nada volvería a ser lo mismo. La derrota militar de 1467 supuso el principio del fin del poder feudal de la aristocracia gallega; su aislamiento social se había hecho patente, y también su total incapacidad para dirigir políticamente el país.

Los decenios próximos traerían consigo un fortalecimiento de la monarquía y de sus instituciones, y Galicia entraría con paso firme en la nueva era de la modernidad.